WASHINGTON, DC – Parece que al final sí habría una “ola azul” demócrata sumando históricas cifras de escaños en la Cámara de Representantes, garantizando una cómoda mayoría. El Senado es de mayoría republicana, pero las cifras del balance han variado.
Anoche se anunció que la demócrata Kyrsten Sinema se impuso ante la republicana Martha McSally por el escaño senatorial de Arizona, según proyecciones de la Associated Press. Asimismo, el recuento de votos en la Florida y una segunda vuelta en Mississippi por otro escaño senatorial podrían traer más sorpresas, en caso, claro está, de que favorecieran a los candidatos demócratas.
El resultado general sigue siendo mixto, porque finalmente el Congreso está dividido y el presidente sigue siendo un republicano nacionalista hostil hacia las mujeres, las minorías, la prensa, las instituciones democráticas, la ley y el orden y, lo peor, con poder de veto.
Quizá la más clara señal de que la “ola azul” se está manifestando es que desde el miércoles después de la elección, Donald J. Trump está más descontrolado que de costumbre. Primero se paró en el podio en la Casa Blanca como dictador de república bananera a leer los nombres de sus correligionarios republicanos que perdieron sus escaños por no abrazar su agenda ni su mensaje; se enfrascó en un tú a tú con el corresponsal de CNN en la Casa Blanca, Jim Acosta, y luego le canceló su credencial prohibiéndole el acceso para realizar su trabajo. Como todo un autócrata, se auto-congratuló porque las elecciones, según él, fueron casi una “total victoria” y declaró que la “ola azul” no se concretó.
Pero con el paso de las horas comenzaron a revelarse resultados en diversas partes del país que siguieron incrementando la ventaja demócrata en la Cámara Baja. Y los resultados en las contiendas al Senado federal y la gubernatura de la Florida fueron tan cerrados, que este fin de semana se ordenó un recuento de votos.
Incluso en Arizona, la contienda al Senado federal entre Sinema y McSally se sometió a recuento y la demócrata prevaleció. También hay una segunda vuelta por un escaño senatorial de Mississippi entre el demócrata Mike Espy y la republicana Cindy Hyde-Smith.
Lo que pone nervioso a Trump es que a partir de enero los demócratas controlarán la Cámara de Representantes y pedirán rendición de cuentas a sus excesos, comenzando por sus obvios intentos de entorpecer la pesquisa sobre la alegada colusión de su campaña con los rusos y la posible obstrucción de justicia, que conduce el exdirector del FBI, Robert Mueller.
Por eso, al día siguiente de las elecciones, raudo y veloz, Trump forzó al exsecretario de Justicia, Jeff Sessions, a renunciar y nombró a Matthew Whitaker—el jefe de personal de Sessions y los ojos y oídos de Trump en esa dependencia— como Secretario de Justicia interino. Como Trump, Whitaker ha repetido que la pesquisa sobre Rusia es una “cacería de brujas”. Whitaker supervisará la pesquisa de Mueller. El cabro cuidando las lechugas.
Los demócratas no asumen el control de la Cámara Baja hasta enero, pero ya están enfrentados con Trump en torno a Whitaker.
Y lo que falta. Por más que Trump venda la idea de que nada ha cambiado en el pueblo, la realidad es que los demócratas aumentaron su representación a todos los niveles: han sumado 34 escaños en la Cámara Baja y se esperan más, lo que no se veía desde las intermedias de 1974 tras la renuncia de Richard Nixon por el escándalo de Watergate; el balance en el Senado es de 51 escaños republicanos y ahora 47 demócratas, con el triunfo de Sinema, (incluyendo dos senadores independientes que votan demócrata), y hay 2 contiendas sin definirse: Florida y la segunda vuelta en Mississippi; 372 escaños legislativos estatales pasaron de manos republicanas a demócratas; y los demócratas sumaron 7 gubernaturas. De hecho, en los tres estados que le dieron la victoria a Trump en 2016 con 80 mil votos, Wisconsin, Michigan y Pennsylvania, los gobernadores electos y reelectos son demócratas. A eso hay que agregar que mujeres, jóvenes y minorías, incluyendo los latinos, salieron a votar en cifras sin precedentes en una elección intermedia, y que algunas de las figuras más antiinmigrantes perdieron sus escaños al Congreso o sus contiendas estatales.
Creo que varios factores contribuyeron a que la celebración del martes entre los demócratas fuera un tanto tímida. Cuando los medios anunciaron que en la Florida el candidato demócrata a la gobernación, Andrew Gillum, había concedido la victoria al republicano Ron DeSantis; que el senador demócrata Bill Nelson perdió la reelección ante Rick Scott; que la estrella ascendente en el firmamento demócrata, Beto O’Rourke, no pudo destronar al senador republicano Ted Cruz en Texas, y que la contienda entre la demócrata Stacey Abrams y el republicano Brian Kemp, en Georgia, no se había definido, se nubló el resto de la noche.
Muchos demócratas sufren de estrés postraumático después de los comicios de 2016, cuando Trump ganó, y arribaron al día de la elección con marcada incertidumbre y a las primeras bajas no vieron razones para celebrar. Después de todo, los demócratas se han ganado a pulso aquello de que son expertos en arrebatar la derrota de las fauces de la victoria.
Incluso el estratega demócrata, James Carville, apareció el martes en la noche en MSNBC afirmando que no habría “ola azul”, pero tal vez iba a ser una buena elección.
Quizá no fue un “tsunami nacional” de rechazo a Trump con amplísimas, uniformes e inmediatas victorias. Pero todo apunta a que la “ola azul” viene pasito a pasito.