WASHINGTON, DC – Si algo evidencia el circo de tres pistas que es la presidencia de Donald Trump es el peligro de insensibilizarnos, de que nada nos importe como sociedad y normalicemos lo que no es normal.
Trump ha demostrado ser de esas personas que disfrutan las crisis porque de esta forma desvía la atención de los asuntos que deberían importarnos y movilizarnos.
Así, cada vez que el ciclo noticioso no le favorece, que es constantemente, echa mano de algo, un despido, un tuit, alguna lunática declaración, y logra desviar la atención de asuntos que sonarían alarmas en cualquier otra presidencia.
Ahora mismo, mientras más se cierra el cerco de la pesquisa sobre Trump y los esfuerzos rusos de influir en las elecciones de 2016 y la potencial colusión y obstrucción de justicia por parte de este presidente, Trump se sacó de la manga una falsa crisis en la frontera que, según él, se resuelve, con un muro. Y como los demócratas se oponen a dicho muro, Trump cierra el gobierno utilizando las vidas de 800 mil empleados federales y sus familias como peones en un juego de ajedrez. Nada importa que esas familias no estén devengando ingresos, que no puedan comprar alimentos o medicamentos. Trump asegura que estos trabajadores entienden la situación y harán “ajustes”. Asimismo, amenaza con declarar una “emergencia nacional” para obtener los miles de millones para sufragar su muro, aunque el dinero se le quite al fondo de respuestas de emergencia por el huracán “María” en Puerto Rico, “Harvey” en Texas y los incendios en California.
La pregunta es por qué, si la frontera estaba en crisis, Trump y su Partido Republicano no aprobaron los fondos para el muro durante los dos años que los republicanos controlaron ambas cámaras del Congreso.
Me pregunto a quiénes más les importa que esos 800 mil trabajadores y sus familias no reciban ingresos por las pataletas de Trump.
Y ahí el peligro de insensibilizarnos.
En materia migratoria, por ejemplo, los ataques de Trump han sido por todos los flancos. Impuso un veto musulmán, ha querido reducir las cifras de refugiados imponiendo toda suerte de restricciones para impedir que personas de países que él considera “mierderos” puedan solicitar asilo. Por eso tilda a los migrantes que huyeron en caravana de la violencia en Centroamérica de “criminales”; separó familias en la frontera; arrebató a bebés de los brazos de sus madres; enjauló a niños en las llamadas hieleras, y al menos dos menores de edad, que se sepa, han muerto en custodia de las autoridades migratorias.
En materia económica, Trump ha querido dejar a millones sin seguro médico y las medidas que han avanzado solo benefician a millonarios y corporaciones.
Cuando de la trama rusa se trata, me pregunto qué tiene que pasar para que el país se sacuda. La pesquisa del fiscal especial Robert Mueller ha resultado en acusaciones y convicciones de la cúpula de allegados a Trump durante su campaña y en la presidencia.
Trump ataca a Mueller, a su Departamento de Justicia, al FBI, al exdirector de esa agencia, James Comey, a quien despidió; a Hillary Clinton y a los Obama, mientras asegura que “no hubo colusión” y que se trata de una “cacería de brujas”, aunque varios de los implicados se hayan declarado culpables.
Y este fin de semana dos reportajes revelaron información que debería preocupar a cualquiera, pero tanto Trump como su comparsa republicana en el Congreso la minimizan como si fuera rutina.
El viernes The New York Times reportó que tras el despido de Comey por Trump y sus propias declaraciones a la cadena NBC de que lo despedía, entre otras cosas, “porque esta cosa de Rusia es un invento”, el FBI abrió una pesquisa para determinar si Trump trabajaba para los rusos.
Y el domingo The Washington Post reveló que Trump ha ido a extremos para mantener en secreto el contenido de sus reuniones con el líder ruso Vladimir Putin, incluyendo la de 2017, donde incluso le confiscó a la intérprete del Departamento de Estado sus anotaciones y le indicó que no compartiera con nadie lo que discutió con el ruso.
Considere estos dos bombazos y los dos años de constantes mentiras y truculencias de este presidente. Ahora pregúntese cómo reaccionarían los republicanos si todo esto lo hubiese hecho un presidente demócrata. Lo habrían enviado a la hoguera por alta traición. Un diciembre de 1998, la Cámara de Representantes republicana avanzó la destitución del presidente demócrata Bill Clinton por mentir bajo juramento sobre una relación extramarital con una pasante de la Casa Blanca. Pero las miles de mentiras de Trump, su conducta aberrante, su afinidad con déspotas y autócratas, sobre todo con Putin, no significan nada para los republicanos.
Y lo peor es que todas estas cosas no parecen sacudir al pueblo que debería salir de su marasmo. Así operan los autócratas. Atacan a los sectores más vulnerables, a las agencias de ley y orden, a la prensa y erosionan nuestra capacidad de reaccionar ante excesos e injusticias hasta normalizarlos. Pero la insensibilidad debilita la democracia. Es tan peligrosa como los excesos de Trump.