CIUDAD DE GUATEMALA.- De la mano de su hija de 5 años, Donelda Pulex bajó del avión en un día soleado y rompió en sollozos. Hermelindo Juárez, de 14 años, escondió su cara mientras su padre lo consolaba. Efildo Daniel Vázquez caminaba cautelosamente tras su hijo de 8 años.
Calladas, confundidas y exhaustas, 11 familias que fueron detenidas y separadas cuando cruzaron la frontera entre México y Estados Unidos sin autorización, regresaron el martes a Guatemala, a bordo de un vuelo alquilado por el gobierno de Estados Unidos que decía “World Atlantic”.
Arrastrando los pies _ como medida de precaución les quitaron sus agujetas _ se alinearon en la pista de aterrizaje en donde fueron recibidos por la primera dama Patricia Marroquín. Agentes de inmigración estadounidenses entregaron documentos en carpetas manila a funcionarios guatemaltecos. El grupo entró en fila en un edificio gris en la base militar guatemalteca para ser procesados de vuelta en su país, junto con decenas de otros que también fueron deportados.
Al país centroamericano suelen llegar vuelos fletados llenos de deportados de Estados Unidos, pero el vuelo del martes fue uno de los primeros que trasladaba a familias que habían sido separadas por la polémica política tolerancia cero del gobierno del presidente Donald Trump. Más de 2.300 niños fueron separados de sus familias antes de un decreto del 20 de junio que prohibió la práctica.
Aunque algunos migrantes centroamericanos dijeron que huían para proteger a sus familias de la extrema violencia, los padres que hablaron con The Associated Press dijeron que hicieron el difícil y peligroso viaje a Estados Unidos en busca de una mejor vida. Buscaban la oportunidad de tener un empleo seguro o mejor educación para sus hijos.
No sabían que serían separados de sus hijos bajo la política que procesa de forma criminal a cualquiera que ingrese al país sin autorización. Funcionarios del gobierno de Trump dicen que la política era necesaria para desalentar al número creciente de familias de Centroamérica que eran detenidas en la frontera. Sin embargo, el presidente dio marcha atrás luego de la indignación nacional e internacional que se derivó de la medida, y puso fin a las separaciones el 20 de junio.
Aunque frustradas de que su viaje hubiera terminado en fracaso, las familias estaban aliviadas de que su sufrimiento hubiera acabado.
Pulex dijo que pasó casi dos meses separada de su hija, esperando en un centro de detención en El Paso, Texas, primero para la resolución de su caso criminal y luego para el procesamiento de deportación.
“Fue un gran tormento”, dijo secando sus lágrimas. “No sabía si volvería a ver a mi hija”. Su pequeña hija, Marelyn, vestida con un suéter blanco impecable y una falda de chiffon azul, dijo que habló con su madre por teléfono desde una casa de acogida en Michigan.
“Mi madre estaba muy triste. Lloraba por mí. Y yo le decía, ‘Mami, todo está bien. Estoy bien. Te veré pronto’”, dijo la niña. Las personas que la cuidaron fueron amables y la trataron bien, pero extrañaba mucho a su madre, agregó.
“Estoy feliz ahora porque estoy con ella”, manifestó.
Al interior de la base militar, las familias fueron llevadas a una sala llena de gente, con hileras de sillas plegables y grandes ventiladores. Cada silla tenía una bolsa de papel de estraza con un sándwich, papas fritas, una gaseosa y una botella de agua. Trabajadores sociales les dijeron a las familias que pasarían por revisiones médicas y por el proceso de papeleo antes de recibir pasajes para un autobús de vuelta a casa. Después de un tiempo, caminaron por un corto pasillo externo a través de una puerta de metal que los llevaba de vuelta a Ciudad de Guatemala. Algunos vivían en las montañas, a más de siete horas de distancia.
Los adultos solos estaban en una sala más grande, en donde esperaban ser procesados. Sus pertenencias, que les quitaron en la frontera con Estados Unidos, estaban apiladas en la parte trasera de la habitación, en su mayoría morrales negros y bolsas de plástico rojo.
Aproximadamente 75 personas iban a bordo del vuelo y la AP le preguntó al menos a dos decenas de adultos si tenían hijos que se habían quedado en Estados Unidos, ya fuera a propósito, o porque fueron deportados sin ellos. Ellos respondieron que no, sin embargo ha habido otros reportes de padres que han sido deportados sin hijos.
En uno de esos casos, Elsa Ortiz Enríquez dijo recientemente en Guatemala que fue deportada el mes pasado sin su hijo de 8 años, Anthony David Tovar Ortiz. El niño estaba en un albergue para niños migrantes en Houston.
En el complejo inmigratorio, Pulex ayudó a Marelyn a beber agua de la botella y luego acercó la mano de la niña a su corazón y la besó. Otro padre cargó a su hijo cuando el pequeño cerró sus ojos. Dos niñas abrieron una barra de chocolate Snickers que les habían dado. En la hilera trasera, Hermelindo Juárez le dijo a su padre, Deivin Juárez, que estaba muy cansado.
Ambos hicieron el viaje al norte a principios de mayo y pasaron casi dos semanas en el trayecto sin comer prácticamente nada.
“Estábamos muriendo de hambre”, dijo Juárez. “La frontera es muy dura”.
Hermelindo dijo que no sabía a dónde iba cuando fue separado y no tuvieron comunicación entre ellos durante el tiempo que estuvieron alejados. Había sido enviado a un albergue en Tucson, Arizona, en donde dijo que lo trataron muy bien. Estudió y jugó fútbol. El aire acondicionado le daba un poco de frío, agregó, pero se acostumbró.
“Me sentí cómodo”, dijo. Ahí había niños de Brasil, India, Guatemala. No sabía cuántos habían sido separados de sus padres ni cuántos hicieron el recorrido solos. Hay más de 10.000 menores de edad en Estados Unidos que han cruzado solos la frontera.
Juárez y los otros dijeron que pagaron miles de dólares a “coyotes” y es probable que no intenten regresar en un futuro cercano.
“¿Ahora? Trabajar. Buscar trabajo”, dijo Juárez. “¿Qué más hay?”.