Hace nueve años, salvo el apellido, así titulé la columna del fallecimiento del senador demócrata de Massachusetts, Edward Kennedy.
Curiosamente estos dos Leones del Senado murieron en la misma fecha, un 25 de agosto, y del mismo tipo de cáncer cerebral.
Aunque no comparto algunas de las posturas ideológicas del senador de Arizona, y en ocasiones lamenté sus cambios de postura en temas como la inmigración, siempre lo admiré por su concepto de valor y de honor, así como por su amplio sentido histórico para no repetir errores pasados. Lo admiré, en fin, por personificar lo que debe ser un legislador: por su capacidad de trabajar de forma bipartidista, de retar a la autoridad, incluso de su propio partido, cuando había que hacerlo sin consideraciones político-partidistas, además de no anteponer su persona ni su partido a los intereses del país. Esto es, decir las verdades aunque fueran incómodas; en pocas palabras, decir la verdad, algo que en estos días y en este gobierno es como una especie en peligro de extinción.
Arribé a esta ciudad hace 25 años cuando todavía en el Congreso habían voces sensatas. La política es sucia, es cierto, siempre ha habido y habrá políticos corruptos, pero todavía podían conducirse debates de altura. Y aunque los legisladores estuvieran a los extremos del espectro, existía un nivel de respeto. Las diferencias se discutían. A veces se llegaba a un consenso, a veces no. El tribalismo no estaba tan profundamente arraigado como hoy en día.
Por eso lamento profundamente que la voz de McCain se extinga precisamente en este momento histórico que vivimos, cuando más se le necesitaba; cuando la cobardía doblega a sus colegas republicanos del Congreso que se han convertido en cómplices de las bajezas del actual ocupante de la Casa Blanca que tanto atacó a McCain, incluso en medio de su enfermedad, porque quizá le recordaba lo que él nunca será.
Agradezco, sin embargo, la oportunidad de haber cubierto, como periodista, parte de su trayectoria, incluyendo sus esfuerzos junto al León Liberal del Senado, Ted Kennedy, por lograr una reforma migratoria amplia y bipartidista que proveyera una vía a la ciudadanía para 11 millones de indocumentados. Disfruté cubrir parte de su campaña por la presidencia en el 2008 y atesoro la oportunidad de haberlo entrevistado. La desatinada selección de Sarah Palin como su compañera de fórmula descarriló esa campaña como también quizá lo hizo la idea de atacar a Obama cuestionando su patriotismo. En un momento dado, McCain defendió a Obama de una votante que en un rally declaró que no confiaba en Obama porque era “un árabe”. McCain la interrumpió diciéndole, ‘No, señora, (Obama) es un hombre decente, ciudadano, con el que tengo desacuerdos en asuntos fundamentales”. Palin, no obstante, tuvo el papel de atacar a Obama en rallies que constituyeron un preludio de lo que se nos vendría encima en 2016 con Donald Trump.
Quizá en 2008 la historia no estaba del lado de McCain ante un joven senador afroamericano, Obama, que tomó la escena por asalto y sacó a votar en masa a grupos que antes no lo hacían. Y en 2008 McCain quizá no pudo competir efectivamente por el voto latino porque en un intento de ganarse a la base ultraconservadora de su partido, declaró que no votaría por su propio proyecto de ley de reforma migratoria y enfatizó la seguridad fronteriza. Esa base de todos modos no lo quería por colaborar con Kennedy en un plan migratorio bipartidista.
Dos años más tarde, en 2010, cuando buscaba la reelección al Senado, McCain dio otra sorpresa al decir que la controversial ley anti-inmigrante SB1070 de Arizona era un “importante paso adelante”. En ese mismo año, votó en contra del Dream Act que antes apoyó argumentando que la versión no hacía lo suficiente en materia de seguridad fronteriza.
A pesar de todo, McCain mantuvo su apoyo a una reforma por razones económicas, humanitarias y de seguridad nacional. En el 2013, quizá para resarcir decisiones previas en materia migratoria, lideró los esfuerzos para impulsar un plan bipartidista de reforma migratoria amplia que incluía una vía a la ciudadanía para los 11 millones de indocumentados, así como una versión del Dream Act. Como parte del bipartidista Grupo de los Ocho, McCain fue instrumental en lograr la aprobación de esa medida en el Senado, aunque luego el proyecto murió en la Cámara Baja de mayoría republicana.
Ahora que la comunidad inmigrante, sus familiares ciudadanos y residentes permanentes y los activistas que los apoyan están bajo un ataque sin cuartel por parte de una administración anti-inmigrante y antiminorías, la voz de McCain hará una falta de enorme.
Como dije sobre Kennedy, el senador McCain es insustituible. Uno tendría la esperanza de que otros continúen su legado, pero la vergonzosa conducta de los legisladores republicanos del actual Congreso no deja mucho campo para la esperanza. No le llegan a los talones. Ojalá me equivoque. Ojalá que el legado de honor, de amor a la patria y a la democracia, de anteponer el país al partido sacuda a un Partido Republicano dominado por voces de división, prejuicio y conducta vergonzosa. Ojalá.
Mientras tanto, muchas gracias por su servicio, senador McCain.
Descanse en paz.