Si ya la presencia de Stephen Miller como asesor del presidente Donald Trump, particularmente en temas migratorios, es lo suficientemente perturbadora, los rumores de que pueda convertirse en director de comunicaciones de la Casa Blanca evidenciarían la audiencia a la que se dirige esta administración: a extremistas antiinmigrantes que se sienten amenazados por la diversidad que caracteriza a esta nación y que perciben como una amenaza y no una ventaja.
Al defender el proyecto de ley republicano RAISE Act, que reduce la inmigración documentada a la mitad y la basa en un sistema de puntos y méritos que de haberse aplicado antes incluso habría prevenido la entrada de los antepasados del propio presidente, Miller evidenció la frialdad y la interpretación alternativa de la historia que esbozan los supremacistas blancos que borran la presencia y las aportaciones de los diversos grupos étnicos que han forjado esta nación.
Es más, en su intercambio con Jim Acosta, corresponsal de CNN en la Casa Blanca e hijo de inmigrantes, Miller quiso restar importancia al soneto El Nuevo Coloso, de Emma Lazarus, inscrito en una placa de bronce en el pedestal de la Estatua de la Libertad en la Isla de la Libertad, la imagen que veían los nuevos inmigrantes a su arribo a Ellis Island provenientes de sus naciones de origen.
“Dadme a sus pobres y cansados, a sus hacinadas multitudes anhelantes de respirar en libertad”, dice el poema. Acosta le recordó a Miller que en ninguna parte dice que tienen que saber inglés, o que si quiere decir que solo los australianos y los británicos podrían solicitar visados con base en el proyecto RAISE.
Aparte de su reacción visceral a la pregunta de Acosta, quien se ha convertido en una piedra en el zapato para la Casa Blanca de Trump, Miller minimizó el poema diciendo que la placa fue agregada años después y “no era parte de la Estatua de la Libertad original”.
Lady Liberty nació en Francia, un regalo del gobierno francés a Estados Unidos, de manera que es probable que no llenara todos los requisitos del RAISE Act promovido por la Casa Blanca.
El proyecto de ley tiene una ruta cuestarriba sobre todo en el Senado, pero eso a Trump no le importa porque no se trata de producir resultados, sino de apaciguar a los extremistas. Y nadie como Miller para eso, que durante años ha impulsado una agenda nativista que pulió en sus años como empleado del actual Secretario de Justicia y exsenador republicano de Alabama, Jeff Sessions, y que ahora desde la Casa Blanca junto a otro supremacista asesor, Steve Bannon, y con el aval de Trump pretende ir solidificando.
Desde el podio de la sala de prensa de la Casa Blanca, Miller incluso hizo referencia al Centro de Estudios de Inmigración, dirigido por Mark Krikorian, organización designada como grupo de odio por el Southern Poverty Law Center.
Para un perfil sobre Miller, María Peña, Corresponsal de La Opinión en Washington, DC, conversó con Jason Islas, quien fue compañero de clase de Miller en California y a quien Miller le notificó cuando estaban entre el octavo y el noveno grados que ya no quería ser su amigo, entre otras razones, por su herencia latina.
“Ahora que maneja las palancas del poder, sus declaraciones en secundaria adquieren un tono más oscuro. Me queda claro que la política de identidad blanca que comenzó a cultivar entonces… ha hecho metástasis en algo muy siniestro y peligroso”, le indicó Islas a La Opinión.
Ya Miller había mostrado su verdadera esencia en febrero pasado en otra perturbadora entrevista televisiva que semejaba más las declaraciones de un funcionario de gobierno autoritario que de una democracia.
Dijo Miller: “Nuestros opositores, la prensa y el mundo entero pronto verán, cuando comencemos a tomar acciones, que los poderes del presidente para proteger nuestra nación son muy sustanciales y no serán cuestionados”.
Y el veto musulmán, su maquinaria de deportaciones, su apoyo al RAISE Act y los esfuerzos por entorpecer la pesquisa sobre posible colusión entre Rusia y la campaña de Trump, incluyendo despedir al director del FBI, James Comey, evidencian que esta Casa Blanca, en efecto, cree tener poderes absolutos.
La siniestra figura de Miller y su preocupante discurso, solo lo confirman.