NUEVA YORK.- Unos 25 metros cuadrados sirven de dormitorio, sala de estar, alacena y comedor para los miembros de esta familia de salvadoreños originarios de Soyapango, quienes decidieron dejar todo atrás y tratar de asegurar un mejor futuro especialmente para su hijo Erick, de 8 años.
Ellos forman parte del flujo de salvadoreños que pese a las promesas del “Buen Vivir” de su gobierno y el actual clima anti-inmigrante de la Administración Trump, decidieron ir contra la marea y apostar por una mejor calidad de vida, aunque eso implique vivir apiñados y con el temor de ser detenidos y deportados. Investigadores afirman que esta tendencia confirma que los problemas estructurales que causan la migración siguen vigentes.
En su discurso oficial, el gobierno salvadoreño afirma que la emigración irregular hacia Estados Unidos ha disminuido en 30% producto de la implementación de proyectos de cooperación internacional -como la Alianza para la Prosperidad- que garantizan más empleo a los habitantes del Triángulo Norte de Centroamérica.
Pero el testimonio de esta familia contradice esa lógica. Cifras oficiales indican que en Nueva York vive al menos un millón de inmigrantes indocumentados, que componen casi el 20 por ciento de la población inmigrante y casi un cuarto del total de la población del estado. Históricamente los salvadoreños se han establecido en Hempstead, Brentwood y Central Islip (Long Island) y Elizabeth (Nueva Jersey), pero también los hay esparcidos por toda la zona metropolitana.
Pese a no tener posibilidad de contar con estatus a corto ni a largo plazo, esta familia no siente el agobio de los compatriotas beneficiarios del Programa de Protección Temporal (TPS), que ha sido cancelado, ni del DACA, que está en el limbo. La preocupación de la familia Gómez es resolver el día a día, cuidar la salud lo más posible ante la imposibilidad de contar con un seguro médico y trabajar lo suficiente para poder pagar la renta a fin de mes y además enviar remesas para los familiares cercanos que quedaron atrás.
A la sombra
Julio tiene 38 años y siguió los pasos de su madre quien emigró hace casi una década y cuenta con el respaldo de la familia. Cuenta que su salario como contador en una empresa de helados en San Salvador, si bien no era malo, estaba estancado; pero lo que más le preocupa es la inseguridad porque los pandilleros rondan su colonia buscando niños para reclutarlos e iniciarlos en actividades criminales como la extorsión.
En el 2014 hizo su primer viaje a Estados Unidos y se quedó seis meses en los que trabajó en construcción, demolición, limpiando edificios y “en lo que cayera, no podía pedir gustos”. En lo único que no ha trabajado es paleando nieve porque eso es realmente extenuante.
Su compañera de vida, Suleyma de 28 años -quien trabajaba como impulsadora de productos en la misma empresa-, y su hijo, se quedaron en El Salvador, en la casa que compraron con el Fondo Social para la Vivienda.
Julio regresó a El Salvador pero ante la situación de desempleo y el asedio de las pandillas tomaron la decisión de emigrar en familia. No obstante, al carecer de un lugar para vivir, Suleyma y su hijo regresaron a El Salvador.
Con el tiempo se volvieron a unir en Nueva York a pesar que las condiciones de vida no son fáciles porque no tienen privacidad y la renta es costosa.
Aunque Nueva York es una de las ciudades más caras de Estados Unidos y existen focos de violencia en varias zonas, no se compara en nada a Soyapango, ya que pueden caminar por la calle con tranquilidad, salir de noche, usar el transporte público a cualquier hora y, especialmente, no hay pandilleros amenazándolos y queriendo reclutar a su hijo.
Julio lamenta las condiciones de vida en su país. “No hay trabajo ni oportunidades y la seguridad es mala. Incluso ser universitario casi no vale porque los salarios en lugar de ir mejorando van decayendo por exceso de oferta. Es una inversión que al final se pierde”.
Julio, como contador, jamás se imaginó que su vida cambiaría tanto, especialmente por el tipo de trabajo pesado en demoliciones, limpiando edificios, pintando pisos y arreglando techos. Asegura que comenzó ganando $11/hora y ahora gana $15/hora, “aunque entre más pagan mayores son las responsabilidades; uno aquí viene a que lo exploten, especialmente si los jefes son hispanos”, reclamó.
Suleyma, por su parte, ha conseguido trabajos de limpieza en casas de familias judías, donde le pagan $11/hora por jornadas hasta de siete horas.
¿Vale la pena el cambio? “Por una parte sí vale la pena porque uno va saliendo con sus gastos, en cambio en El Salvador uno vive endeudado, si tiene una casa tiene que estar endeudado, en cambio aquí se ve como que es más fluido el efectivo, se ve un poco más”, opina Julio. Siempre tenemos compromisos pero no nos comprometemos con bancos que más nos cobran intereses, dijo. Y su compañera añadió: “es más matado pero se ve la ganancia del esfuerzo”.
Conscientes de su situación como inmigrantes indocumentados, esta pareja vive temerosa especialmente por no contar con seguro médico, lo cual es obligatorio, aunque algunos hospitales dan tratamientos y facilidades de pago independientemente del estatus de las personas. “Vivimos temerosos porque no tenemos seguro de salud, no sabemos cómo es el manejo, entendemos que los cobros son caros, tenemos que cuidarnos por nuestra parte, tenemos miedo de que nos agarren también”, dijo Julio.
Aunque Nueva York es una “ciudad santuario” el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE por sus siglas en inglés) está penetrando en las fibras sensibles de la sociedad, fiscalizando las contrataciones y haciendo redadas en los centros de trabajo y hasta arrestos en las cortes, lo cual ha sido denunciado por activistas.
Ante el peor de los escenarios imaginados, la familia dice no tener alternativas. “No tenemos un plan B, solo la protección de Dios. Por eso del trabajo a la casa y tener cuidado de no andar en pleitos o en cosas que no nos convengan, para estar tranquilos”, afirmó Julio.
Causas siguen en la raíz
Amparo Marroquín, profesora e investigadora sobre la migración en El Salvador, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), afirma que el éxodo de salvadoreños se debe a que las condiciones estructurales del país no han cambiado en los últimos quince años, pese a las condiciones cada vez más adversas en Estados Unidos.
“Primero, la reunificación familiar. Los salvadoreños somos la cuarta población hispana más grande en los Estados Unidos, esto habla históricamente de una migración que durante décadas se ha desarrollado con relativa normalidad y que ahora, los salvadoreños en Estados Unidos, buscan reencontrarse con sus familias y estar unidos, un derecho humano básico. La segunda causa de migración tiene que ver con la violencia. El Salvador es, de acuerdo con las estadísticas, el país más violento en el mundo sin guerra y la mayoría de los asesinados son chicos jóvenes, muchos de ellos amenazados por las pandillas. Esto implica que deben salir y buscar refugio en otro territorio, y no lo están haciendo solo a Estados Unidos. En los últimos años los porcentajes de solicitudes de refugio no han dejado de crecer”, añadió.
Finalmente, destacó la desigualdad. “No estoy hablando de pobreza sino de que hay muchas personas sin acceso a lo básico: salud, educación, vivienda, trabajo decente; y mientras el Estado salvadoreño no sea capaz de asegurar a los ciudadanos este mínimo de dignidad, la población seguirá emigrando a la búsqueda de una sociedad que le permita contribuir y realizarse como persona”, acotó.