EDITORIAL – ¡Ofensiva contra los niños!

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Las decisiones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en materia migratoria, tiene asombrados a juristas, políticos, prelados, mandatarios internacionales, activistas y organizaciones defensoras de derechos humanos, entre otros.

En el tema migratorio se abarcan fácilmente otros terrenos empezando por los derechos humanos, el respeto a la dignidad humana, la moral, creencias religiosas, persecución, derecho a la privacidad, nacionalismo, relaciones internacionales, etc.

Pasando muy por encima de todo precepto de cualquier familia que se respete, de cuidar y proteger a los niños, los más indefensos, el presidente Donald Trump decide arremeter con todo contra las familias que llegaron a la frontera sur pidiendo asilo o refugio para escapar de la muerte a manos de las pandillas y de la corrupción de sus gobiernos.

En desarrollo de esta práctica ha separado a los niños que venían con sus padres o familiares. Los padres están en centros de detención y los pequeños en albergues. Ya el gobierno admitió que en seis semanas ha separado a unos 2.000 niños de sus padres.

El Derecho Internacional consagra el derecho de asilo y de refugio del cual puede disfrutar toda persona fuera de su país en caso de persecución.

El asilo es un instrumento de carácter político, que se otorga a las personas que alegan persecución por razones políticas únicamente.

El refugio es de carácter humanitario y se le reconoce a las personas que tengan un temor fundado de persecución por motivos no sólo políticos sino también por raza, religion, o condición social y está imposibilitado de regresar a su país, porque su vida corre peligro.

También es preciso aclarar que el asilo es de potestad exclusiva y soberana de cada Estado y es su decisión concederlo o no.

Analistas explican que Trump ha utilizado esta dura práctica para disuadir la entrada de más indocumentados a EEUU. Lo que más irritados tiene a los defensores de los derechos humanos es que dentro de los niños separados de sus padres, muchos de ellos arrancados de los brazos de sus madres, hay al menos 100 menores de 4 años de edad.

El fiscal general, Jeff Sessions, un asérrimo enemigo de los inmigrantes desde su época de senador, dijo que no se tendría en cuenta la violencia doméstica y la persecución de pandillas, como argumento para conceder asilos o refugios. Pero al mismo tiempo desconoce que fue el propio presidente Trump quien llamó “animales” a los pandilleros, lo que el fiscal respaldó, y ahora no los considera así cuando los amenazados provienen de países del tercer mundo.

Y para completar el pastel, en esta guerra abierta contra la inmigración, a Sessions se le ocurrió la gran idea de citar la Biblia para justificar la separación familiar algo que de inmediato fue rechazado por la Conferencia Episcopal de Obispos Católicos de EEUU y por otros credos religiosos como los Evangélicos, así como por politicos incluso de su mismo partido republicano.

En este enredo en el que se metió el gobierno, y en su cumplimiento de defender al mandatario, la Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, afirmó que “es una política moral obedecer y hacer cumplir las leyes”. Su credibilidad está por los suelos.

La realidad es que por poner mano firme a la inmigración indocumentada, el presidente Trump ha rebasado límites que hasta hace poco eran inimaginables para muchos políticos y activistas. Mientras tanto, los niños están sufriendo en carne propia estas decisiones y sus consecuencias están por verse, incluidas las mentales. También estará por verse en las urnas la respuestas a estas acciones.