Ciudad de México, MX.- El invierno llegó repentinamente a Ciudad de México, donde la incesante lluvia y las bajas temperaturas impactaron de lleno contra la segunda caravana de migrantes centroamericanos, acampada en un complejo deportivo de la capital.
La tos, los carraspeos, los escupitajos y los tiriteos envolvieron el ambiente de una ciudad deportiva dividida por un río de agua que los migrantes podían cruzar gracias a ladrillos depositados estratégicamente.
Las personas que disponen de ahorros salían del campamento para comprar fideos calientes en un comercio cercano, mientras el resto debía resignarse con el café frío que entregaban organizaciones humanitarias que no tenían cómo mantenerlo caliente.
“Está congelado, no sirve de absolutamente nada”, dijo con una irónica sonrisa Kevin, un hondureño con la cara cubierta con un pañuelo y un gorro con la bandera catalana que consiguió en los puestos de entrega de ropa del campamento.
Este hondureño de unos 30 años abandonó su país en dirección a Estados Unidos, donde viven sus padres, acompañado de un coyote (traficante de personas) a quien pagó dinero para que lo acompañara.
Tras ser asaltado en el oriental estado de Veracruz por personas con “machete”, decidió sumarse a la caravana migrante y mantener intacto su objetivo: “Si uno no se arriesga, no consigue nada”, sentenció el hondureño, quien dijo no sentir sus dedos.
Es la primera vez que Kevin y el resto de los 3.000 migrantes congregados ahora en la capital sufren tanto frío, tras haber recorrido cerca de 2.000 kilómetros a través de zonas con climas cálidos y templados.
El mismo espacio que hace apenas una semana acogía a la primera caravana centroamericana bajo un sol abrasador, es ahora escenario de gente que se cubre con lo que puede, bolsas de basura incluidas, y de muchas mascarillas para no expandir los resfriados.
“Se te revuelve más la tos, como que quieres toser y no puedes. Se te revuelven todas las infecciones; eso es lo que daña tanto a mí y a los niños, que no están adaptados a este clima”, contó a Efe Jorge Roberto, quien hace 27 días que partió de Honduras.
A pesar del frío, este migrante aseguró que el clima no le “afecta para seguir el camino” y que está “capacitado para lo que Dios mande”, aunque sí admitió que los menores son los que más están sufriendo.
Algunos voluntarios llegaban con bolsas llenas de guantes, lo que provocaba que rápidamente la gente se amontonara a su alrededor y las prendas se agotaran en cuestión de segundos, dejando caras de decepción entre los que no lograron obtener una.
Jorge, originario de Honduras, vestía una camisa algo rota y solo se resguardaba del clima con la cobija que le prestaron para dormir anoche.
“Este frío no estaba antes, nos está calando mucho y está haciendo mucho daño”, dijo a Efe mientras recorría el campamento en búsqueda de un puesto de servicio médico que le prestara una crema para la inflamación del tobillo que sufrió hace dos días al caer de un tren de carga en el que realizaba su travesía.
Beatriz Cañas, originaria de El Salvador, llevaba a sus hijos con “dos días de fiebre y calentura” pero “están mejorando gracias a Dios” con las medicinas que les suministraron en el campamento de Ciudad de México.
Los migrantes de esta caravana, que entró en México el 29 de octubre, acordaron proseguir el camino una vez mejoren las condiciones climatológicas. “Depende de cuántos días dure el temporal, en unos tres o cuatro días seguiremos avanzando. Dios nos va a ayudar a seguir siempre adelante”, dijo Beatriz.