HOMESTEAD, FL.- Vino a Estados Unidos con la esperanza de salvar a su familia de las amenazas de muerte en su natal Guatemala, pero se vio forzada a separarse de sus seres queridos.
Buena Ventura Martín Godínez, mamá de dos pequeños, cruzó en mayo la frontera mexicano-estadounidense caminando con su bebé en brazos, huyendo de lo que asegura fueron amenazas de delincuentes en su pueblo. Su esposo siguió sus pasos dos semanas después con una hija de siete años. Todos fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza.
Ahora la familia está dividida. Él fue condenado por haber ingresado ilegalmente y espera una probable deportación en una cárcel de Atlanta. Ella y su niño de diez meses comparten con familiares que no conocían un cuarto en una casa de esta pequeña ciudad agrícola del sur de la Florida. Su hija está bajo custodia de una agencia de beneficios sociales en Michigan y cuando hablan le pregunta cuándo estarán juntos otra vez.
“Cada vez que habla, llora. Yo le digo que tenga paciencia, que le voy a comprar juguetes”, dice acongojada la madre. “Le digo que la quiero mucho, que me perdone por todo lo que está pasando”.
Esta es una de las miles de familias que han buscado refugio en Estados Unidos en las últimas semanas y se han topado con un duro sistema que busca desalentar la inmigración ilegal.
Los guatemaltecos son los que más cruzan la frontera por encima de cualquier otra nacionalidad. Entre octubre y fines de mayo, 29.279 familias de Guatemala han sido detenidas.
Buena Ventura y su marido, Pedro Godínez Aguilar, también podrían haber sido detenidos bajo la anterior administración de Barack Obama y habrían enfrentado una batalla por obtener asilo, pero él no habría sido acusado de un delito criminal por cruzar la frontera por primera vez. Probablemente hubiese sido detenido brevemente junto a su hija y luego liberado con un grillete electrónico mientras batallaba su futuro en un tribunal. Y su hija, Janne, no habría sido trasladada sola, dejando a sus padres desesperados por tenerla nuevamente con ellos.
“Es la política de cero tolerancia”, dijo el abogado de inmigración Jorge Rivera refiriéndose a los cambios implementados por la administración de Trump, que hacen más difícil la llegada de los inmigrantes a través de la frontera.
Es una dura lección para inmigrantes como Buena Ventura, de 29 años.
“Lamentablemente no salió como esperábamos”, expresa la mujer al borde de las lágrimas. “Me siento mal, muy triste. No es cierto que hay gente que protege a las familias. Es mentira”, asegura en una entrevista con The Associated Press.
Casi la mitad de las personas que cruzan la frontera desde México son centroamericanas, una tendencia alentada tanto por la pobreza y los carteles de la droga como por la corrupción y el desorden que quedaron como legado tras las guerras civiles de los años 80 y 90. Algunos expertos sostienen que los traficantes de personas contribuyen también con esta tendencia a través de falsas promesas de que los migrantes pueden quedarse en Estados Unidos y mantener a los familiares que están en sus países.
Muchos detenidos son inmigrantes como Buena Ventura, que tras demostrar un “miedo creíble” en una primera entrevista con las autoridades pueden permanecer temporalmente en el país hasta que un juez tome una decisión, pero pocos casos de asilo son exitosos: sólo el 11% de los guatemaltecos que lo pidieron al llegar lo recibieron en 2016, según el Servicio de Inmigración y Ciudadanía.
“Es una batalla cuesta arriba”, dijo Aileen Josephs, una abogada de inmigración con clientes centroamericanos.
Buena Ventura, que trabajaba como enfermera en Guatemala, explicó que con su esposo decidieron irse de San Juan Atitán porque hombres enmascarados les exigían dinero y ya no podían pagarles. Su esposo era propietario de un pequeño negocio con tres computadoras conectadas a internet que alquilaba.
Ella salió primero con el bebé y él la seguiría en octubre cuando terminaran las clases de la niña, pero las amenazas continuaron y alcanzó la frontera dos semanas después que su mujer. Viajaron ocho días en autobuses hasta los límites de México con Arizona. Ella asegura que no contrató ningún traficante de personas, pero muchos centroamericanos lo hacen y deben pagarles durante años.
Buena Ventura dice al bajar del último autobús, ya en la frontera, conoció a otras dos mujeres que también querían cruzar con sus hijos. Era la tarde y hacía calor. Caminaron sin rumbo una media hora, ella con su bebé en brazos. Recuerda que cruzaron un río mojándose las piernas hasta las rodillas y que poco después agentes de la Patrulla Fronteriza las detuvieron y trasladaron a un centro de detención de inmigrantes.
Documentos judiciales muestran que su esposo fue arrestado en la misma área el 16 de mayo; y eso desencadenó la odisea familiar.
Buena Ventura estuvo detenida una semana con su bebé en Arizona y Texas. Dice que por momentos durmió en el piso y al ser liberada temporalmente se le puso un grillete para monitorearla. Su marido se declaró culpable de cruzar ilegalmente la frontera dos días después de ser detenido. La niña fue trasladada bajo custodia del departamento de Salud y Servicios Humanos, que la colocó en un programa de adopción administrado por los Servicios Cristianos Bethany.
La primera vez que la madre pudo hablar con su hija fue el 6 de junio, tres semanas después de haber sido separada de su padre. Han conversado varias veces en los últimos días, pero aún no hay una fecha para su reencuentro.
En las últimas semanas, más de 2.000 niños han sido separados de sus padres tras cruzar la frontera, la mayoría de ellos centroamericanos. El gobierno ha habilitado un centenar de refugios en más de una decena de estados para mantener detenidos a los inmigrantes mientras procesan sus casos.
Un juez federal de Nueva York ordenó al gobierno reunir a las familias en un plazo máximo de 30 días.
Bethany Services dijo en una declaración escrita a la AP que trabaja para reunir con sus familiares a cada uno de los chicos que tiene bajo su cuidado.
Buena Ventura no puede pagar un abogado y recibe ayuda de una activista de Miami. Trabaja plantando flores en un vivero y gana nueve dólares por hora mientras su niño pasa gran parte del día en una guardería. El futuro, sin embargo, le aparece incierto.
El matrimonio lleva ocho años de casados y nunca se había separado de sus hijos.
Por las noches, cuando Buena Ventura va a dormir, reza.
“Lo que más deseo es que me traigan a mi hija y dejen a mi esposo”, dice. “Le pido a Dios una oportunidad de vivir aquí la familia completa”.